Don Juana la Loca es quizás técnicamente el mejor cuadro de Francisco Pradilla, está pintado en 1877 y tiene unas dimensiones de 340 x 500, actualmente en el Museo del Prado en Madrid.
Este cuadro de pensionado, el tercer envío, ya fue premiado en la propia Roma en 1877, lo que auguraba el éxito que tuvo posteriormente
Pradilla tenía 29 años cuando lo pintó, fue un éxito espectacular ya iniciado en Roma como apuntábamos, consiguió los siguientes galardones importantes: en 1878 Medalla de Honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes y también éxitos en la Exposición Universal de Paris ese mismo año, y en las de Viena y Berlín en 1882.
Qué cuenta el cuadro de Don Juan la Loca.
La anécdota que cuenta el cuadro de Juana la loca es muy singular: se estaba produciendo el traslado de los restos del rey Felipe I, el esposo de Juana, muerto a finales de 1506, desde la Cartuja de Miraflores, en Burgos, a la Catedral de Granada (unos 650 kmts, el viaje duró sobre ocho meses, pero tiene una explicación que iremos conociendo más adelante), y, como corresponde, era una comitiva regia en la que se incluían caballeros, tropas, damas de la reina y personal de servicio.
En una de las etapas, entre Torquemada y Hornillos de Cerrato, unos seis kilómetros, la reina pidió permiso para entrar en un convento, colocar allí debidamente el féretro de su marido y repostar su comitiva, lo hizo creyendo que era un convento de frailes, “más como luego supiese que era de monjas, se mostró horrorizada y al punto mandó que lo sacaran de allí y lo llevaran al campo” y al campo lo llevaron y en medio de él lo instalaron, soportando un tiempo un tanto inclemente

Ahí entra el arte de Pradilla para reflejar la situación que él ha imaginado, en el cuadro se ve al fondo a la derecha el monasterio que han abandonado y en primer plano la situación de los personajes de tan peculiar actuación.
El féretro está depositado en una especie de parihuelas, en las que era transportado, cuyos varales muestran los signos del uso marcando las zonas en que se apoyan hombros y manos de los porteadores, a su vera la protagonista, la reina Doña Juana, Pradilla la representa en avanzado estado de gestación, mira desencajada el féretro donde el cadáver de su marido viaja hacia su definitiva tumba, allá en la lejana Granada.
La rodea su corte de damas y caballeros. Montado el catafalco un monje encapuchado de blanco hábito, de rodillas y con un velón en la mano, lee las plegarias correspondientes probablemente a la hora litúrgica, a su vera una joven dueña sigue el rezo del fraile con su libro de oraciones en las manos y preparada para seguirle cuando termine. Mi impresión es que ambas figuras están demasiado hacia la izquierda, deberían estar más centradas en el féretro, después veremos porqué.
Antes de seguir más es preciso una aclaración histórica a esta pintura.
La comitiva que trasladaba los restos mortales del Rey Felipe I, allá por finales de diciembre y ante la proximidad del parto de Doña Juana paró en Torquemada, donde tenía casa propia, hoy día se la conoce como “La Casa de Juana la Loca”, y solo queda la portada; según los anales conocidos llegaron en la Nochebuena de 1506, pero el parto se retrasó hasta mediados de Enero, y mientras, se alojó en la casa del clérigo García Gallo, a quien ella conocía, porque quería estar cerca de la iglesia donde estaban los restos de su marido.
En aquella época Torquemada era un lugar importante, centro de una zona de abundante caza, muy visitada por la realeza, era normal que tuviese una buena casa allí, y con nobles invitados, y además era punto intermedio en el camino entre Burgos y Valladolid, dos de las principales ciudades de la España de aquellos tiempos.
Y en Torquemada paró la comitiva y allí se asentó. Después del parto Doña Juana la loca permaneció al menos, cuatro meses, algunas crónicas dicen “varios meses“, su hija Catalina, fue bautizada en la propia iglesia parroquial.
Por cierto Pradilla pintó, años después (1906) el cuadro «La Reina Doña Juana recluida en Tordesillas» en el que aparece la reina justamente con su hija Catalina, la que nació en Torquemada.
Allí en Torquemada pasó la reina y su comitiva el tiempo ya comentado hasta que la niña estuvo fuera de peligro y ella se repuso lo suficiente para reanudar el viaje. Tal vez hubo algo de precaución, pues en aquella época España estaba siendo devorada por una terrible epidemia de peste negra.
Por lo tanto, según parece podemos conocer que, tras aquellos meses de descanso, la reina ya se había repuesto del parto y posiblemente a su hija la hubiera dejado al cuidado de alguna dama de confianza, ama de cría y asistencias, y con su correspondiente dotación militar y las órdenes de llevarla algún alojamiento familiar, posiblemente en Valladolid que estaba a 50 kmts poco más o menos.
Precisamente tras salir de Torquemada y llegar a Hornillos es cuando ocurre la incidencia que nos cuenta Pradilla con este cuadro. De Torquemada a Hornillos solo hay 6 kilómetros, luego podemos aventurar que la reina aún no estaba perfectamente repuesta para afrontar largos trayectos.
Si el parto fue a mediados de enero y después la reina descansó en Torquemada, al menos, cuatro meses, algunas crónicas hablan de “varios meses”, la acción que se ilustra en este cuadro debió ocurrir sobre mediados de mayo o incluso principios de junio, luego parece que el autor ha querido añadir un cierto dramatismo haciéndonos pensar en el helado y cruel aire que los azotaba, en la aridez de la alta meseta castellana, cuando bien podía ser una agradable tarde primaveral, con verdes campos llenos de flores.
Centrémonos en lo que Pradilla nos muestra, como fondo a la izquierda se ve a la comitiva Real, los soldados, caballeros, monjes y peones, algunos portan hachones y también se vislumbra un carruaje que debía ser en el que la Reina, en compañía de sus damas, era transportada, pero debía de haber bastantes más carruajes para transportar a ciertas personas como los propios caballeros que no iban a ir siempre montados o la servidumbre, seguramente irían algunos médicos o las provisiones, los aperos, las tiendas de campaña y herramientas necesarias, estamos hablando de un viaje de bastantes personas durante varios meses, en fin puestos a mostrar los carruajes que componían la expedición, hay que constar que debían ser bastantes más de los que el cuadro muestra.
Doña Juana tenía por esas fechas unos 28 años y su marido Felipe habría tenido también unos 28, dos años después de este suceso su padre, el rey Fernando, ordenó que fuera internada en el castillo de Tordesillas, basándose en su estado de salud mental, Doña Juana no volvió a salir de aquel encierro, falleciendo 46 años después, si al entrar no estuviese loca al morir seguro que lo estaba. Pero Doña Juana mantuvo su titulo de reina hasta su muerte, compartiendo el reinado con su hijo Carlos desde que éste tuvo 15 años, verdaderamente Carlos I fue el rey real, nombrado de forma muy arbitraria por la nobleza flamenca en Gante, donde vivía, se puede hablar de un “golpe de estado”, que después se le fue dando forma para que tuviera una apariencia legal. Cuando Juana falleció, con 76 años, Carlos contaba con 55 años y, al año siguiente, abdicó en su hijo Felipe, retirándose al Monasterio de Yuste donde falleció en 1558.
Volvamos al cuadro
El autor hace una interesante composición en X, por un lado los personajes que se alinean de izquierda a derecha, siguiendo la línea de los varales del porta féretro y terminando en el monasterio y por otro lado el humo de la hoguera dispuesta para calentarse.
El féretro de magnifica construcción engalanado con las armas imperiales luce esplendido, el trazo firme y rotundo le da fortaleza y transmite la solidez de su construcción, en comparación con la débil figura de la Reina, vestida con pesado ropón de terciopelo negro, una toca blanca y un velo de viuda que mira con ojos enfebrecidos la cabecera del féretro como si estuviera viendo la faz de su amado esposo, se ve en la mano izquierda los dos anillos que anuncian su calidad de viuda, es ajena al humo, el viento y la incomodidad del lugar, permanece de pie sin usar la silla plegable que le han dispuesto y parece ajena a todo lo que la rodea.
Por cierto Pradilla a colocado los dos velones donde le ha dado la gana, el de la derecha está junto a la esquina del féretro, muy bien, perfecto, y el de la izquierda está “en medio del campo”, en fin licencias del artista, bien es verdad que si estuviera el de la izquierda en la misma posición que el de la derecha estaría en medio de la figura de la dueña, debió pensar “lo pongo aquí y no creo que nadie se dé cuenta”, por eso comenté antes que la pareja de dama y monje deberían estar más a la derecha.
A espaldas de Doña Juana la loca las damas están sentadas en el suelo, hombre, están sentadas en el barro, me imagino que alguien debería de haber tenido la idea de extender algún tipo de manta o algo similar para que no se embarrasen los vestidos, pero Pradilla se lo niega y aquí las tenemos calentándose al mísero calor de una improvisada y birriosa hoguera que parece producir más humo que calor, y con las ropas embarradas.
Al margen de eso aquí el pintor se luce con las expresiones, todas parecen estar cansadas y quizás algo ajenas al drama que está viviendo su señora, la miran con lástima, con cierta incomprensión, hay algo de aburrimiento en sus actitudes, hablan entre ellas en voz baja para no romper la solemnidad del momento, la segunda por la derecha, a la que el viento lleva su velo misteriosamente en otra dirección, y la que está sentada al otro lado del féretro, a juzgar por sus atuendos más lujosos parecen ser damas de compañía de la reina, las otras pertenecen a la servidumbre.
En los caballeros se aprecian los mismos síntomas, saben que les queda un largo camino por delante, pero en sus expresiones el autor parece haber puesto más comprensión al dolor de la Reina, como si les doliera verla en tal estado físico y mental.
Excelente el tratamiento de las vestiduras, de las expresiones y de las posturas, muy logrado el entorno lóbrego y frio que está acentuado por las vestimentas de los presentes y por ese tronco seco y ese suelo embarrado, ese viento suponemos que glacial que amenaza con apagar los cirios que arden junto al féretro y todo bajo un cielo encapotado con nubarrones oscuros, pero…
Señor Pradilla ¡la historia nos recuerda que estamos en primavera! Y en aquellos tiempos la primavera era primavera, no como ahora.
Hablando del suelo embarrado, permítanme primero una reflexión: señora Reina, señor pintor, con todo el campo que hay ¿cómo se les ocurre aparcar el féretro precisamente cruzado cortando el camino de los carros?, y otra cosa, Pradilla comete otro grave error, no se pueden pintar las rodadas de un carro sin pintar también las pisadas de la caballería que tira de él, lo comete en este cuadro y lo volvió a cometer, que yo conozca, 11 años después cuando pinta “La rendición de Granada”, en ese aún más ostensiblemente. Y hasta aquí este resumen del cuadro Don Juana la Loca.
Sí, es verdad; una primavera desangelada. Dos posibilidades: el pintor no fue consciente de la fecha real o pensó que la naturaleza tenía que estar acorde con el ánimo de la Reina.
Es estupendo reparar en tantos detalles!
Me costó bastante ir descubriendo todas circunstancias que rodean a la historia que cuenta el cuadro.Es el problema de los cuadros, y los libros, históricos hay que estudiarlos bastante bien, para que se correspondan con la realidad. Me alegro que te haya gustado.