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Estación de Saint Lazare – Monet

Este cuadro fue pintado por Monet en 1877, a los 37 años, tiene unas dimensiones de 75 x 104 y está en el Museo d’Orsay, en París.

En plena euforia por la remodelación de la ciudad de París llevada a cabo por el barón Hausmann también se remodeló, dentro del aire modernista, la estación de Saint Lazare con nuevas estructuras de acero y cristal.

El autor de esta remodelación fue el mismo ingeniero que también realizó el puente Europa, estructura que tanto gustaba a Caillebotte, y que ya lo había pintado con anterioridad, otro ingeniero al fin y al cabo.

 estación de Saint Lazare
La estación de Saint Lazare

Monet no fue ajeno a esta corriente de modernismo y entusiasmado por ella pintó, al menos, doce versiones de la estación en cuestión, fue la primera vez que acometía una serie de cuadros sobre un mismo tema, posteriormente lo haría sobre Almiares o sobre la catedral de Rouen o finalmente con sus nenúfares.

El ferrocarril era algo nuevo en aquellos tiempos y despertaba una gran admiración, aquellos enormes artilugios que echaban chispas y humo y se movían por unos carriles con terrible ruido y atormentador traqueteo para los ilusionados mortales que tenían la suerte de viajar en ellos.

Monet acababa de venir de la costa de Argenteuil donde pintaba marinas y vistas campestres y el contraste con la gran ciudad parece ser que le fascinó.

Nadie podía ver nada artístico en una estación de ferrocarril, era una de esas cosas que “no se pintan” pero Monet la pintó y, de alguna forma, obligó a los parisinos que vieran sus cuadros, a ver, en una estación de ferrocarril, un motivo artístico, aunque la ortodoxia del momento lo repudiara, Monet les demostró que era posible.

Entremos en la estación de Saint Lazare

El tema es complicado, es casi efímero, las nubes de humo y vapor apenas duran, las máquinas se mueven y los personajes que por allí pululan  se suben a los vagones o salen de ellos, también hay personajes que se mueven entre las vías, todo es rápido, fugaz, es el nuevo gesto de la nueva sociedad, todo es ruidoso, humeante y de colores poco agradables a la vista.

Pero Monet vio lo que nadie había visto y lo plasmó en sus doce cuadros que abarcaban toda una suerte de vistas de la actividad ferroviaria del momento.

En esta estación de Saint Lazare en concreto nos muestra varios trenes, uno en cada dirección, el que se acerca al espectador está entrando en la estación, los grandes penacho de humo que arroja la chimenea se elevan hacia arriba, hacia el techo de la estación.

El autor les da formas de volutas grisáceas azuladas, los que arroja por los laterales, que son de vapor, son blancas. A pesar del motivo Monet no nos sumerge en el mundo oscuro y lóbrego de las estaciones, hay bastante color en este cuadro, el color ocre del suelo, que se extiende a otros elementos del cuadro, se complementa con el tono neutro de la cubierta y da cierta ligereza a la sensación general y al fondo de luminoso color del aire libre, se palpa esa sensación de día brillante con esos edificios iluminados por el sol.

Tengo la impresión que nuestro artista se dejó impresionar en exceso por el ambiente de la estación y se pasó a la hora de poner humo y vapor, suponemos que la “impresión” que él recibió fue esa, y eso es lo que plasmó, aunque se dejase llevar por el efectismo de la situación, todo el mundo, de aquella época, asimilaría una estación de ferrocarril a humo, vapor, ruido y trajín de gigantescas y oscuras maquinas resoplando bocanadas de humo.

Incluso podemos adivinar que por la derecha se acerca otro tren, aún apenas visible por el vapor que se acumula ante él, pero que refleja la actividad frenética de esta estación, una multitud de pasajeros parece esperarlo, se intuyen a la derecha apostados en el arcén.

Por cierto la nube de vapor que parece inundar el andén mencionado, por donde está entrando un tren, no parece tener justificación, al igual que la que va dejando a su paso el vagón de la izquierda, los vagones y este parece ser de mercancías, era el último de la composición, no generan ningún tipo de vapor.

Hay un exceso de humo y vapor, pero podría estar justificado porque esa era la impresión que cualquier paisano podía sentir al estar en una estación de ferrocarril, ya que el ruido no se puede pintar pintemos el humo y no hay duda que Monet nos hace una equilibrada presencia de humo (oscuro) y vapor (blanco), que era la sensación que nos quiere transmitir, y lo consigue.

Por supuesto está perfectamente reflejado el ambiente técnico de la estación con sus raíles serpenteando y los trabajadores que se mueven entre ellos, apostaría que el color del suelo no es el que nos presenta el pintor, pero observándolo cromáticamente es el que corresponde.

Entre la humareda, que invade todo el espacio útil del cuadro, Monet no nos priva de vislumbrar los magníficos edificios del nuevo Paris del barón Haufmann e incluso, al fondo, el famoso puente Europa que cruza sobre los raíles de la estación, Monet conocía a Caillebotte y probablemente conocía el cuadro que, sobre este puente, pintó su amigo un año antes.

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