Este cuadro fue pintado por Simonet sobre el 1892, tendría unos 26 años. Es un hermoso oleo sobre lienzo, de 296 x 550 cm. y se puede ver en el Museo del Prado.
Parece que el artista tuvo unas ciertas inquietudes bíblicas y descubrió un pasaje del Evangelio de San Lucas (19, 41) que profetiza la destrucción de Jerusalén: Videns Jesus civitatem flevit super illam (Al ver Jesús la ciudad, lloró por ella).
Tan fuerte fue su interés por el tema que no dudó en desplazarse al propio Jerusalén para conocer por sí mismo el paisaje, los personajes y el ambiente de la zona.

Veamos la obra más a fondo.
Es una obra de pensionado, fue su última obra de tales características, era su cuarto año de pensionado en Roma, y obtuvo una primera medalla en la Exposición Internacional de Bellas Artes de Madrid del mismo 1892.
En esta obra el artista presenta a Jesús rodeado de sus discípulos y seguidores, está en los altos del monte de los olivos, según lo describe San Lucas y, en contra de toda la iconografía habitual, el artista pinta a Jesús con una túnica negra, quizás para enfatizar el momento triste que está viviendo.
Es notable y curioso el uso de la luz y los conceptos astronómicos que aparentemente nuestro artista estudió para representar fielmente el momento.
Imaginemos que estamos al amanecer del día en que Jesús entró en Jerusalén, se está preparando para ello y antes de ponerse marcha echa una última mirada a la ciudad en la que va a entrar en pocas horas.
Frente a él se encuentra el templo de Jerusalén, se ve la llamada explanada del Templo, por cierto una imagen totalmente inventada por el artista, en el momento en que empieza a iluminarse por lo primeros rayos del sol saliente, mientras la luna se oculta al fondo entre nubes, curiosamente los rayos del sol iluminan el Templo pero no el lugar en que están nuestros personajes.
El detalle exquisito de Simonet es esa estrella, mejor planeta, que sitúa justamente sobre la cabeza de Jesús, podía ser Venus, pero parece ser que astronómicamente hablando no es posible, pero puede ser Júpiter, sea cual sea, el detalle es lo importante y da énfasis a la figura de Jesús.
Los personajes que rodean a Jesús están primorosamente representados, recreándose en los detalles de los turbantes y prendas de cabeza, las texturas de sus vestidos y sus ademanes. Curiosamente todos están de espaldas al espectador o en un perfil muy acusado.
Se supone que estos que están cerca de Jesús son sus apóstoles, nueve le rodean y otro grupo de cinco se acerca, curiosamente nadie mira al templo de Jerusalén, le miran a él. A la izquierda y a la derecha, en segundo plano, se vislumbra una multitud, algunos enarbolan palmas, que podían ser los seguidores. En el grupo de la derecha se ven algunas mujeres.
Merece espacial atención el detalle del suelo pedregoso y sobre todo la esplendida mata de cardo seco que termina el cuadro por la izquierda, un alarde de colorido, sintetización y buen hacer de un maestro de la pintura.