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Las Mujeres del Quijote, todo lo que debes saber.

Este tema de las mujeres del Quijote ya ha sido tratado con anterioridad por doña Concha Espina  que ya lo hizo con un magnifico estudio sobre el tema, lleno de inteligente sensibilidad y excelente poesía.

Estamos hablando de un libro inmenso, pero, pese  a las apariencias, no es difícil de leer.

Queriendo sintetizar y simplificar esta exposición sobre las mujeres del Quijote he preferido enumerar los episodios (novelas dentro de la novela) que la obra intercala y dentro de ellos sus personajes femeninos, los encuentro quizás más ricos en matices que los masculinos con los que inevitablemente van ligados.

Las mujeres del Quijote, técnica narrativa centrada en las mujeres de sus historias intercaladas.

En cualquier caso el papel de la mujer es muy convencional, siempre, o casi siempre, está ligado a situaciones amorosas en las que la mujer se mueve de forma a veces natural y otras forzada, pero siempre el hilo conductor de la historia en que están presente está ligado a problemas amorosos, la honra o la deshonra, escenario plenamente caballeresco en el que se mueve con aparente soltura y para el que él se siente predestinado.

No será ese mi caso, no tengo las cualidades necesarias ni para lo uno ni para lo otro, pretendo hacer breves retratos de las diferentes mujeres que pasan por las páginas de nuestro libro, retratos sucintos y someros, simplemente un conocimiento superficial del personaje; que se sepa quiénes son y si acaso lo que han podido aportar a la historia cervantina.

Las mujeres del Quijote son prototipos al uso en la época: Existe una novela pastoril (Marcela), una novela de enredo al estilo de las de Lope (Dorotea y Luscinda), una novela morisca (Zoraida), una de amor cortés (Clara), otra de aventuras (Ana Félix), otra de seducción y abandono (Leandra), otra de una mujer que solo aparece como personaje complementario (Quiteria) y algunas otras varias.

Naturalmente hablaremos de Dulcinea, de la duquesa, del ama, de la sobrina y por qué no de Teresa Panza

Dulcinea es un caso aparte, el lector ya habrá observado que Dulcinea jamás aparece físicamente, estando presente desde el principio su imagen nunca es vista, su voz nunca es oída y su aspecto nunca es divisado,

seguramente es cosa de los encantamientos …

Así pues empecemos con las Mujeres del Quijote.

Marcela (1. Cap XII).

La historia de Marcela y Grisóstomo es curiosa por la presentación que de ella se hace “…aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquella que se anda en hábito de pastora por estos andurriales.”

Las mujeres del Quijote
Marcela | Las Mujeres del Quijote

Para empezar con las mujeres del quijote conocemos esta irónica descripción del carácter pastoril de la tal Marcela,

Parecería que era una pastora no bien aceptada por el colectivo pastoril que la consideraba una especie de impostora.

Se comienza narrando la vida de Grisóstomo, el cual no es un pastor al uso, previamente se dice que de él “…que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo…” y poco más adelante se menciona a su amigo Ambrosio “…el estudiante que también se vistió de pastor…

Posteriormente se le define más a fondo contando sus virtudes como estudiante de Salamanca y con conocimientos mucho más allá del común de los pastores, enlaza esta historia con la de Marcela bella muchacha que para ser libre se convirtió en pastora y desde entonces son infinitos los hombres, pastores o no, que la persiguen para conseguir sus favores, pero ella se mantiene fuera de sus pretensiones.

Conviene tener presente que toda la historia inicial está contada por hombres, amigos que han acudido al entierro de Grisóstomo y ellos dan un sesgo muy particular a la descripción de Marcela, a sus usos y costumbres, son bastante duros con ella y la acusan de cruel y despiadada.

La historia de los amores de Grisóstomo por la esquiva pastora es contada y comentada por tres hombres, primero Pedro el pastor, luego Vivaldo, un caminante que pasaba por allí y finalmente por Ambrosio, el otro estudiante amigo de Grisóstomo que también había tomado la vida de pastor. Todos acusan a Marcela de fría y despiadada por haber sido la culpable de la muerte del amable pastor Grisóstomo.

Según cuentan, Marcela es hija de un rico terrateniente llamado Guillermo, ya muerto y cuya fortuna ella heredó. Ésta ha sido criada por un tío suyo sacerdote beneficiario, el cual la ha guiado por la vida y le ha inculcado férreos y encomiables principios, Cervantes recalca el gran sentido de la libertad de Marcela, pues su tío nunca le impuso marido, como era lo habitual, sino que defendió la idea de que ella tomase por esposó a quien eligiere.

La riqueza de Marcela y su belleza atrajo a un sinnúmero de pretendientes y ella decidió quitarse de en medio y marcharse al campo a cuidar sus ganados como medio de evitar el acoso de pretendientes.

En el entierro aparecen unos papeles que van en las andas que conducen el cuerpo del fallecido y se leen algunos, en uno de ellos están unos versos, quizás los últimos escritos por Grisóstomo, en los que se queja de Marcela llamándola cruel, desdeñosa, áspera en el trato e insensible a su tormento amoroso.

Están comentando lo dicho en la canción leída cuando súbitamente aparece la propia Marcela, Ambrosio la interpela:

¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas! si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida? ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición…. o pisar arrogante este desdichado cadáver

Marcela parece contestar muy tranquila y pide a todos que la escuchen. Argumenta que ella es hermosa, sin ser responsable por ello, pues un regalo que la naturaleza le ha hecho y que por ese motivo conoce a muchos hombres que se han enamorado de ella. Dice:

Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable, mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama”, argumenta : ”Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiéndole yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, en fin de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad”.

Finalmente Marcela hace un canto a su libertad aclarando que nunca engañó a nadie y que fue “su impaciencia y su arrojado deseo” los responsables de la muerte de Grisóstomo. Sin esperar respuesta se va desapareciendo entre los árboles.

Nuestro famoso hidalgo sale inmediatamente en su defensa: ― “Ninguna persona, de cualquier estado o condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mia…”―

Es por lo tanto Marcela una mujer libre, segura de si misma y de lo que quiere o no quiere, evidentemente para ella el hombre no es la solución de su vida, antes al contrario prefiere estar libre y sola, con la naturaleza y sus animales. Es quizás un perfil extraño para la época, usual … tal vez reivindicativo?

Pasemos a otra de las mujeres del quijote.

Lucinda y Dorotea (1, Cap XXIII).

Aquí nos encontramos con una comedia de enredo, que incluimos dentro de las mujeres del Quijote,una obra que el escritor imagina a la guisa de su amigo/enemigo Lope de Vega, los personajes se entrecruzan, se acercan y se alejan, el destino les vapulea y al final en una cabriola impensable todo se soluciona, todos alcanzan sus objetivos y la paz y felicidad se adueña de la escena.

lucinda y dorotea el quijote
Lucinda y Dorotea | Las Mujeres del Quijote

En el capitulo XXIII, ya se da cuenta de un personaje desastrado, aunque empezó siendo un gentil muchacho, que vaga por la sierra, el hidalgo y su escudero se lanzan en su busca y naturalmente le encuentran

Aparece en escena la figura de Cardenio, está alocado y perdido en plena Sierra Morena, le llaman el Roto, pero todos los cabreros de la zona saben que llegó siendo un gallardo gentilhombre. Pronto nuestros personajes se encuentran con él y Cardenio empieza a contar su triste historia:

Estaba prometido a su amor de juventud, una maravillosa muchacha llamada Luscinda, pero antes de la boda su padre le hace entrar al servicio de un muy noble caballero, el noble Ricardo, que le quiere para que sea el compañero de su hijo Don Fernando, Cardenio no puede desobedecer a su padre y se va con Don Fernando pidiéndole a Luscinda y a su padre que le esperen. Don Fernando le cuenta que se había enamorado de una linda labradora, llamada Dorotea y Cardenio averigua que la sedujo con promesa de matrimonio y la abandonó al conseguir de ella lo que quería.

Durante el tiempo que pasaban juntos Cardenio hablaba a Don Fernando de las cualidades y belleza de su prometida Luscinda, tanto y tan bien lo hizo que le entró a éste ganas de conocerla y consiguió de Cardenio que le llevara a su pueblo y se la presentara; de inmediato Don Fernando quedó prendado de la belleza de Luscinda.

Aquí el autor hace una pirueta literaria y termina la narración de Cardenio con la excusa de una alusión a Amadís de Gaula, que hace enfurecer a Don Quijote.

La historia se reanuda en el Cap XXVII en el que Sancho, que estaba con el cura en una venta, oye una triste canción y reconoce la voz de Cardenio al cual convencen para que continúe con su relato:

Enamorado de Luscinda Don Fernando envía a Cardenio a pagar a un hermano, que vive lejos, el precio de unos caballos, mientras negocia con el padre de Lucinda el casamiento con su hija, con la aprobación de su propio padre, y consigue llegar a un acuerdo con el de Luscinda. Ésta envía un correo a Cardenio explicándole lo que está ocurriendo. Aunque Cardenio vuelve a toda prisa olvidándose del encargo de su amo, al llegar ve a su Luscinda ya vestida de novia y preparándose para la ceremonia de matrimonio con Don Fernando, consigue hablar con ella y ésta le promete antes morir que ser la esposa de Don Fernando y le muestra una daga que lleva escondida en la manga.

Pero Cardenio oculto va siguiendo la ceremonia ve que Luscinda da el “si quiero” a Don Fernando, desilusionado huye y se pierde en el campo, no ve que Luscinda se ha desmayado en los brazos de su madre.

Cardenio desilusionado huye a lo más oscuro de la Sierra Morena, totalmente enloquecido hace cosas que los pastores de la zona cuentan como las de un loco, así lo encontraron don Quijote y Sancho, tal como contábamos al principio.

Mientras el cura intenta consolar a Cardenio oyen a alguien que llora, encuentran a un zagal que se lava los pies en el arroyo, pero cuando se quita el sombrero descubren que es una mujer.

Le piden que cuente su historia y les dice que es hija de vasallos de unos grandes aristócratas, que fue seducida y abandonada por el hijo de estos que prefirió casarse con una tal Luscinda. La muchacha, que se llama Dorotea, cuenta que fue a la boda de Don Fernando para afearle su conducta, pero al llegar se encuentra que la boda ya está hecha y conoce los detalles que acaecieron con la desposada, había desaparecido a continuación de la boda, Don Fernando también y ella decidió hacer lo propio vistiéndose como un zagal y trabajando de pastor.

Así Cardenio se entera de que Luscinda no vivió jamás con Don Fernando y que el matrimonio no se consumó.

Por lo cual Cardenio, que hasta ese momento había tenido una actitud pasiva, se vuelve activo y comienza a vislumbrar la posibilidad de recuperar a su Luscinda.

Dorotea y Cardenio se unen a nuestros amigos el cura y el barbero y les acompañan en el resto de la narración.

La historia continua contando como Dorotea se convierte en la princesa Micomicona, para facilitar  a nuestro caballero la pacifica vuelta a su aldea. Por en medio se cuela la historia del curioso impertinente y tenemos que llegar al capítulo XXXVI, después de la batalla con los odres de vino que Don Quijote mantiene en la venta en la que ahora están, para presenciar la llegada de unos nuevos personajes, son cuatro  caballeros que acompañan a una gentil dama, todos con el rostro tapado con antifaces.

Cuando habla la mujer velada Cardenio reconoce la voz de Luscinda y al decirlo es ella la que reconoce la de Cardenio

Por todo lo cual se descubre que en la venta se encontraban Don Fernando que venía de rescatar a Luscinda de un convento en el que se había refugiado, coincidiendo accidentalmente con Dorotea y Cardenio que ya estaban allí, tal como se ha contado.

Al final todo se aclara y se recompone, Cardenio se encuentra a su adorada Luscinda y Don Fernando reconociendo su mal hacer vuelve con Dorotea.

Una típica comedia de enredo con un final tan inverosímil como tópicamente previsible.

Luscinda y Dorotea son mujeres llamémoslas normales, aunque con una valentía  que quizás no fuera la normal en aquellos tiempos, ambas han intentado vivir un vida acorde con las circunstancias familiares pero el destino las ha vapuleado y ellas han sabido sobreponerse, Luscinda se refugia en un convento y Dorotea se echa al monte, las dos lejos de sus familias que seguramente les reprocharían su proceder. Dos maneras de huir de los acontecimientos que las persiguen.

Al final parece que la felicidad les sonríe y ellas se dan por satisfechas, hasta aqui esta historia dentro de las mujeres del quijote.

Maritornes (I Cap XVI).

Si hablamos de las mujeres del quijote creo de justicia hablar de esta mujer como de uno de los muchos prototipos que Miguel de Cervantes incluye en su obra.

Su historia no es particularmente interesante, apenas aporta nada a la historia general, es una mera acompañante del personal de la venta, su interés se cifra en conocer cómo se describe una aldeana digamos poco agraciada, en contraposición a las descripciones de bellas damas y altas señoras aquí nos encontramos ante alguien cuya descripción es la antítesis de las mujeres señaladas.

Es esta muchacha descrita en el capitulo XVI, como una de las mujeres del quijote que están en la venta en la que Sancho lleva el maltrecho cuerpo de don Quijote tras su lucha  con los yangüeses, que tan molido le dejaron, su descripción es impresionante:

Servía en la venta, asi mesmo, una moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, de un ojo tuerta y del otro no muy sana. Verdad que la gallardía de su cuerpo suplía las demás faltas: no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiese

La verdad es que no hay por donde cogerla, aparte de ser asturiana, indicio de buena cuna y nobles antecedentes, la nariz chata indica plebeyez y zafiedad, tuerta es mal augurio, bajita casi enana, pues siete palmos apenas alcanza los 140 ctms… en fin la pobre muchacha no tenía muchas dotes de las que presumir. Aunque parece que a oscuras era muy diligente.

Entre ella, la doncella hija del ventero y el propio Sancho le preparan una cama al maltrecho caballero. Cuenta la historia que en aquella misma habitación, que antes había sido pajar también se alojaba un arriero. No me resisto a contar como era la cama que a don Quijote le prepararon, por ser una maravilla de descripción: “solo contenía cuatro mal lisas tablas, sobre dos no muy iguales bancos y un colchón que por lo sutil parecía colcha, lleno de bodoques que a no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento, en la dureza, semejaban guijarros, y dos sabanas hechas de cuero de adarga, y una frazada, cuyos hilos si se quisieran contar, no se perdiera uno solo en la cuenta”

Maritornes había quedado para yacer con el arriero que compartía cuarto con nuestros personajes, y ella era cuidadosa de su fama, así que si decía que esa noche iría a refocilarse con el arriero cumpliría su palabra como siempre había tenido a gala hacer y nadie la echó en falta, así que cuando le pareció que la venta estaba en calma y el personal dormido nuestra Maritornes se apresuró a cumplir su compromiso.

Pero en la calma de la noche nuestro caballero soñaba despierto, sentíase en un hermoso castillo, con hermosas doncellas enamoradas de él. En estas elucubraciones estaba cuando la Maritornes llegó a cumplir con lo acordado con el arriero, pero al pasar, a oscuras,  por delante del lecho de Don Quijote éste se apercibió de su presencia e incorporándose en la cama se preparó para recibir a su fermosa doncella.

La asturiana se encontró con los brazos de nuestro Hidalgo, que la apresaron duramente y tirando de ella la hizo sentar en la cama: “Tentole la camisa, y, aunque era de arpillera a él le pareció de finísimo y delgado cendal. Traía en las muñecas unas cuentas de vidrio; pero a él le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales. Los cabellos, que de alguna manera tiraban a crines, él los marcó por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mesmo sol escurecía. Y el aliento, que sin duda olía a ensalada fiambre y trasnochada, a él le pareció que arrojaba de su boca un olor suave y aromático; y finalmente el la pintó en su imaginación de la misma traza y modo que lo había leído en los libros de la otra princesa…” esta descripción es muy similar a la que nuestro caballero aplica a su Dulcinea, es el ideal que él tiene en mente y lo emplea para identificar a todas las altas damas que en su camino encuentra.

Y he aquí la interesante diferencia entre lo que Don Quijote quiere ver y lo que realmente es, tal como la describió el autor al principio de la escena.

Cuando hablamos de Dulcinea descubriremos que él mismo dice que su imaginación las pinta tal como lo necesita. Lo cual da un cierto aire ambiguo a las ensoñaciones de nuestro caballero.

La escena termina con todos a golpes, incluido el ventero que sube cuando oye el estrépito que se monta.

Esta Maritornes parece ser una moza de partido, tal como las que aparecen en el capítulo II, en la primera venta que visita y donde se arma caballero, pero el temor que ésta siente a que el ventero la sorprenda yaciendo con el arriero nos da que pensar que lo que la moza teme es que el ventero pretenda cobrar su parte del lance.

Nuestro caballero ha quedado tan maltratado que al principio lo toman por muerto, pero él recuerda un bálsamo milagroso que los caballeros tomaban, es el bálsamo de Fierabrás, que a él le hace efecto pero cuando Sancho lo toma casi se muere.

Finalmente se van de la venta, sin pagar, el hidalgo consigue salir pero Sancho es apresado por gente bullanguera que había en la venta y lo mantearán.

Finalmente cuando lo dejaron de puro cansancio fue la Maritornes quien la auxilia y le da agua fresca para beber, agua que Sancho rechaza y pide vino, ella se lo trae, pagándolo de su bolsillo, ¡era buena moza la Maritornes!.

Cuando vuelven a la venta en el capitulo XLVI Maritornes sigue allí y es la culpable de la broma que dejó colgado de una mano a nuestro caballero, haciéndole subir sobre Rocinante para que, metiendo la mano por un agujero en la pared pudiera estrechar la de una dama que, enamorada de él, deseaba sentirla.

Pasemos a otra de las mujeres incluidas en esta obra.

Zoraida (1. Cap  XXXVII).

La de Zoraida es una historia extraña, pero incluible dentro de las mujeres del quijote, comienza con la aparición en la venta de unos personajes que, a juzgar por su atuendo, se les identifica como un cristiano que ha estado viviendo en tierra de moros, posiblemente cautivo de ellos, y una mujer velada que le acompaña.

zoraida
Zoraida | Las Mujeres del Quijote

Este cristiano empieza a contar su historia:

Era hijo de un rico comerciante de León que, aficionado al juego, fue perdiendo gran parte de su capital, hasta tal punto que pidió a sus tres hijos que, con lo que le quedaba iniciaran una nueva vida, él la inició en la milicia con gran éxito, luchó en las principales batallas, bajo el mando de personajes muy principales, pero finalmente en el asedio a Malta, en una fatal maniobra, su galera quedó aislada y fue preso del turco. Narra mil vicisitudes muy interesantes históricamente, pues parece conocedor de lo que narra, finalmente termina estando preso en Argel, junto con varios cautivos principales, todos pendientes de rescate.

Coincide que el patio de la prisión en la que están da a una casa donde vive un moro rico y principal y nuestro personaje en un determinado momento ve que, por una celosía de la dicha casa, aparece una caña con un mensaje, algunos de ellos quiere alcanzarlo pero quien maneja la caña lo evita, pero cuando lo intenta nuestro personaje el mensaje le es entregado. A través de este procedimiento le hace saber que es una mujer quien lo envía, se llamaba Zoraida y es la hija del rico comerciante que vive en esa casa, que tuvo una esclava que le habló de las perfecciones del cristianismo y ha abrazado esa religión: ahora se llama María.

A través de este procedimiento le va dando dinero en grandes cantidades y así consigue pagar el rescate y comprar una embarcación para salir hacia tierras del norte, llevándose a Zoraida y a su padre; el pobre hombre está desolado, no sabemos si por la huida de su hija con un hombre o por el hecho de saber que ella ha renegado de su religión haciéndose cristiana, apostaría que esto último es lo que más pesar le causa.

Tras mil aventuras, el barco arriba a las costas de Francia y allí son tomados prisioneros por soldados franceses, los someten a mil vejaciones y les quitan todo el dinero, finalmente consiguen escapar con lo puesto abandonando al padre de la muchacha, que  dejan en tierras de Francia, concluye que, tras penoso viaje, ahora se encuentra allí en la venta y así terminó su historia.

En el capitulo XLII se cuenta que mientras el cautivo está contando su historia llega a la venta un carruaje escoltado por hombres a caballo, piden alojamiento pero la venta está completa, se identifican y fuerzan una habitación para el Oidor y su compañía, Oidor es el juez de la Cancilleria Real, naturalmente se la dan y la acompañante, que es una muchacha de poco más de dieciséis años, se acomoda con las damas. El cautivo al ver al Oidor le da un salto el corazón, pues cree reconocer a su hermano, pregunta a los acompañantes y se entera que se llama Juan Pérez de Viedma, con lo cual lo confirma, es su hermano, aquel que, según el designio de su padre, siguió la carrera de leyes. Lo comenta con el cura, don Fernando y Cardenio y teme identificarse ante el temor de que su hermano viéndole pobre y maltrecho no le reconozca o haga mal de él, pero el cura parece tener la solución.

En la sobremesa de la cena cuenta, como una anécdota, la curiosidad de que al saber el nombre del oidor le ha ocurrido, pues conoció a un hombre del mismo nombre, de camarada en Constantinopla, valiente como el que más. El Oidor se interesa por el nombre de ese capitán, el cura le informa que se llamaba Ruy Pérez de Viedma y era natural de un lugar de las montañas de León, el cura le cuenta cómo fue preso y terminó sus días en Argel, ponderando el apoyo y ayuda que la morisca Zoraida le proporcionó hasta conseguir que fuera libre. También le habla del desdichado momento en que los franceses despojan a ambos de todas sus riquezas y en la necesidad en que el caballero  y la bienhechora y hermosa mora habían quedado, de los cuales no había vuelto a tener noticias ni si habían llegado a España o aún seguían en poder de los franceses.

Tan bien contó el cura la historia y tanto interesó al Oidor que según dice nuestro escritor “Estaba tan atento el Oidor, que ninguna vez fue tan oidor como entonces

Naturalmente identifica de inmediato a su hermano y grita pidiendo datos para ir a liberarle, comenta lo feliz que sería su padre y cuanto llora por no poder verlos a los tres juntos, bendice a aquella mora Zoraida que tanto se ha esforzado por liberarle, tan exaltado se muestra que el cura viendo el buen fin de la historia le revela que aquel cautivo del que había hablado esta ahora allí, en el fondo de la habitación, y que efectivamente es su hermano y con él su adorada bienhechora Zoraida.

Todo terminas bien entre lloros abrazos y parabienes, pero Zoraida, aquella mora convertida al cristianismo que gritaba que ella era María… sigue siendo Zoraida, ha renunciado a su religión a su padre y a su familia por seguir al hombre que ama y a la religión que la llena… pero sigue siendo la mora Zoraida, seguramente fiel y resignada seguirá junto a su cautivo por el resto de su vida.

Clara (1. Cap XLIII).

Las historias se entrecruzan, mientras se dilucidan los amores y sinsabores del cautivo capitán Viedma y su Zoraida, la niña Clara, la muchacha que llegó con el Oidor y que es su hija, es despertada por Dorotea que ha oído una voz que canta y quiere que ella la disfrute también.

Veamos la historia otra de las mujeres del quijote.

mujeres quijote
Clara | Las mujeres del Quijote

Al oír la voz la niña empalidece, tiembla y se abraza a Dorotea, quien se extraña de su reacción, pues le aclara que quien canta parecer ser un mozo de mulas, pero Clara la saca de su error “No es sino un señor de lugares

Le cuenta que vivía en una casa colindante a la suya y, aunque tenía cortinas en invierno y persianas en verano, de algún modo su vecino consiguió verla y enamorose de ella. Tal vez en misa o quizás se cruzasen por la calle, lo cierto es que siempre encontraba una rendija por la que hacerle señas, tan delicadas y expresivas que ella sintió que aquel muchacho estaba enamorado de ella y así ella empezó a sentir por él.

Llegó un momento en que debió de salir de viaje con su padre y no pudo ni despedirse, después supo que el joven al saberlo cayó enfermo de melancolía.

Pero pronto lo remedió saliendo tras ella.

Durante el viaje lo vio mil veces disfrazado de mozo de mulas o pastor, en cualquier posada que parasen allí estaba él.

― “Y así en ésta en la que estamos, en todas me canta bellos versos, que recibo en total recogimiento” ― terminó Clara su relato.

Dorotea la oía en silencio y se admiraba de aquellos amores a tan temprana edad, pues Clara aún no había cumplido los diecisiete años.

Le preguntó que por qué no habían hecho acto de prometerse y Clara le dijo que lo temía, pues tan alta y principal era la familia de Don Luis, que así se llamaba su fiel seguidor, que ella mas podía ser su sirvienta que su esposa.

Llegan a la venta cuatro caballeros bien aparejados y rápidamente se dirigen a Don Luis rogándole que les acompañe a su casa pues su padre les ha pedido que lo localicen y que lo devuelvan al hogar. Don Luis se resiste pero ellos insisten llegando a decir que si no lo hace de grado deberán ser más enérgicos en la demanda.

El cura, el Oidor, Don Fernando y cuantos están en la venta rápidamente se dan cuenta de lo que ocurre y se extrañan de ver que cuatro caballeros llaman “Señor Don Luis” a quien parece ser un mozo de cuadras.

Se dirigen a ellos y les insisten a los caballeros para que expliquen el motivo de su conducta, estos les aclaran que les mueve la necesidad de dar vida al padre del Señor Don Luis, enfermo desde que éste huyó de casa y pronto a fallecer si no vuelve.

Don Luis no quiere dar explicaciones, pero uno de los caballeros se dirige al Oidor y le requiere que mire detenidamente al joven, así lo hace y reconoce al hijo de su vecino “¿Qué niñerías son estas, Señor Don Luis?”  le dice y el joven se echa a llorar y no puede responder, finalmente le cuenta que desde el día que vio a su hija Clara ésta se hizo dueña de su voluntad y aunque ella nada sabe, pues nunca hablaron más que alguna seña desde las ventanas, él se propuso seguirla por donde fuere. Pone su fortuna a su disposición para que le tome por su hijo.

El Oidor quedó suspenso y admirado de la discreción con que Don Luis había descubierto sus sentimientos, habló con los caballeros para que dejaran de hostigar a Don Luis que él se hacía cargo y que con él volvería a la casa de su padre, mientras pensaba lo bien que le venía a su hija aquel matrimonio.

Quedó con Don Luis en que él hablaría con su padre y, si había avenencia, se fijarían la fecha del enlace. Don Luis besó las manos del Oidor, Clara tan contenta y todos felices.

Clara simboliza un amor adolescente, el llamado amor cortés, pues apenas conoce a su admirador, solo unos gestos en la distancia, es pura impulsión irracional, es una tierna forma de entrega sin referencias alguna, un amor puro y desinteresado, pues las riquezas de él mas las ve como obstáculo que como acicate.

Aunque lo ejemplariza haciendo que los personajes sean muy singulares, ella es rica sin excesos y él muy rico y terriblemente obstinado, se presenta una visión de las relaciones juveniles que debían ser bastante habituales y que probablemente no acabaran como los protagonistas quisieran, pues los intereses familiares se interpondrían en el camino de sus propios deseos.

Leandra (I, Cap LI).

Esta historia de Leandra la cuenta un cabrero que llega a donde están nuestros amigos persiguiendo a una cabra que se le había escapado y a la que dice: “… ¡que puede ser sino que sois hembra y no podéis estar sosegada; que mal haya vuestra condición y la de todas aquellas a las que imitáis!”

Dibujo de Leandra | Las Mujeres del Quijote

Le preguntan el motivo de pensar así de la cabra y de las mujeres y él les dice que tiene motivos para hacerlo, le invitan a los cuente.

Cuenta que en una aldea a tres leguas de donde se encuentran había un labrador muy honrado y rico, aunque su mayor riqueza era una hermosa hija que tenía de unos dieciséis años, se llamaba Leandra. La fortuna del padre y la belleza de la hija se hicieron muy famosas y todos los mozos del pueblo, e incluso forasteros, estaban enamorado de ella. El padre guardábala con gran celo y guardábase ella: “que no hay candados, guardas ni cerraduras que mejor guarden a una doncella que el recato propio

Contó el cabrero que entre esos pretendientes estaba él  y en tratos llegó a estar con su padre, “era limpio de sangre, en la edad floreciente, en la hacienda muy rico y en el ingenio no menos acabado”, pero el padre de Leandra dudaba y andaba confuso.

Por aquellos tiempos otro mozo, también del pueblo también la pidió. El padre decidió que fuera la hija quien dictara sentencia, pero la muchacha no lo hacía y el padre tampoco.

Justamente entonces aparece por la aldea un nuevo personaje, se llama Vicente de la Rosa, hijo de un labrador de la zona, decía venir de Italia y de cuantas partes del mundo se te ocurrieran, salió de allí con doce años y volvía pasado los mismos años.

Era pinturero y se vestía con llamativos uniformes de diferentes colores, aunque los que lo observaban pudieron colegir que solo tenía tres y alternaba piezas de uno con otros haciendo que parecieran muchos más, gustaba de hacer tertulias en las que contaba sus hazañas, las batallas en las que había participado y los moros que había muerto por sus propias manos, incluso tenía fácil el canto al toque de la guitarra.

Todas estas gracias no fueron ignoradas por nuestra Leandra, a quien encantole todo lo que aquel ofrecía. Y, “como en los casos de amor no hay ninguno que con más facilidad se cumpla que aquel que tiene de su parte el deseo de la dama” los aldeanos pronto descubrieron que Leandra y Vicente de la Rosa habían desaparecido del pueblo, llevándose ella importantes dineros y joyas de su padre.

Fue un gran escándalo (yo quedé suspenso, nos dice el narrador) y el padre solicita a la justica.

A los pocos días encuentran a Leandra abandonada en camisa en una cueva, todas sus joyas y dineros han desaparecido, Vicente de la Rosa la había engañado. Juraba ella que su honra estaba a salvo pero se nos hacia duro comprender la continencia del malhechor, mas parecía mentira piadosa para calmar a su atribulado padre.

Lo cierto es que el mismo día que apareció su padre la desapareció y la encerró en un monasterio de la zona.

Desde aquel día nuestra vida cambió, decía el cabrero que se llamaba Eugenio, que tras la desilusión sufrida se tiró al monte con sus rebaños y así pasaba su vida.

Igual le pasó al otro mozo que con el competía por la mano de Leandra, Anselmo, y pronto el monte se vio lleno de todos aquellos que en su día suspiraron por Leandra. Todos decían improperios de ella, las maldicen por fácil y ligera. Han convertido el monte en una Arcadia pastoril y según dice ―“¡No hay hueco de peña, ni margen de arroyo, ni sombra de árbol que no esté ocupada por algún pastor que sus desventuras al aire cuente, el eco repite el nombre de Leandra dondequiera que pueda formarse

Cada cual parece llevarlo a su manera, dice Eugenio el cabrero: “pero yo solo pienso en la ligereza de las mujeres, de su inconstancia, de su doble trato, de sus promesas muertas, de su fe rompida y finalmente del poco discurso que tienen en saber colocar sus pensamientos e intenciones que tienen

La historia termina cuando, en aras de la andante caballería, se ofrece al cabrero a libertar a su Leandra de cualquier convento en el que esté. El cabrero al oírle le dice que está loco y ya está liada.

Seguimos con las mujeres del Quijote, que todavía quedan más.

Camila (1, Cap XXXIII).

Esta historia es muy controvertida por los analistas, no viene a cuento de nada y me suena que es una historia del Decamerón de Bocaccio (siglo XIV), pero aun asi hay que incluirla dentro de las mujeres del Quijote.

La historia es simple y conocida Anselmo y Camila se casan y él esta tan feliz y tan seguro de su hermosa que mujer que pide a su amigo Lotario que haga por conquistarle, pues está seguro que Camila resistirá la prueba. Lotario se horroriza de la majadería de su amigo, pero éste tanto insiste y tan buenas razones aporta que finalmente Lotario lo intenta pero no hace nada respecto a Camila, engañando a Anselmo contándole cosas que realmente no ha hecho. Anselmo se da cuenta y se enfada haciéndole ver que no está cumpliendo con la palabra que le dio y le recrimina su actitud. Lotario se enfada por la estupidez de su amigo y se propone en serio conquistar a Camila y lo consigue.

Camila y Lotario se convierten en amantes y ahora es Lotario quien le dice a Anselmo lo pura y fiel que es mujer.

Tan y tan estúpidamente se vanagloria Anselmo que finalmente Lotario le dice la verdad, Anselmo le cree a medias y sobre todo hay una escaramuza del amante de la criada que es visto salir de la casa de Anselmo y para que no crean que es el amante de Camila se inventan una farsa a la que hacen asistir escondido a Anselmo.

Así los amantes siguen a salvo pero una moraleja final aclara que al final su pecado fue conocido y ambos sufren el castigo que se merecen, Anselmo también.

Quiteria (2,Cap XXI).

Es otra de las mujeres del Quijote, pero esta es una mujer en la sombra, aparece en el relato de las bodas de Camacho y apenas habla, nada se sabe de sus pensamientos, pero el escritor aporta algún leve indicio sobre su participación en los hechos que allí acontecen.

las mujeres del quijote
Quiteria en las bodas de Camacho | Las mujeres del Quijote

Nuestros protagonistas son invitados a un gran acontecimiento: las bodas de la gentil Quiteria con el rico Camacho y allí se van, por el camino le cuentan la historia de los dos personajes.

Comienza la historia cuando se encuentra a un grupo de personas, dos estudiantes, o quizás clérigos, y dos labradores que les comentan que van a una boda de especial relieve y Don Quijote, que nada mejor tenía que hacer, se apresta a acompañarlos.

Les cuentan que se casa la hermosa Quiteria con el rico Camacho, les aclaran que ambos no son más que dos labradores, él el más rico de esta tierra y ella la más hermosa de todo el contorno, pero también le dicen que hay un tercero, Basilio, amigo de Quiteria desde la infancia y pareja presunta de la dicha moza desde siempre. Pero el padre de Quiteria ha visto las enormes riquezas que Camacho puede aportar y no ha vacilado en darle a su hija por esposa.

Ese es el planteamiento del problema, al cual tanto Sancho como Don Quijote, sobre todo Sancho, hacen sus aportaciones sobre al amor y la conveniencia.

Hay una secuencia de duelo entre los dos licenciados: Corchuelo y el licenciado se enfrentan a espadas por una discusión pueril sobre la mejor o peor educación de los licenciados o los estudiantes, que termina ganando el licenciado y Corchuelo desfallecido, pero terminan siendo amigos y juntos se acercan a donde se va a celebrar el enlace y se encuentran con la mayor demostración de riqueza jamás imaginada.

Se cuenta y detallan los mil excesos que allí en el banquete se presentan, entre ellos los comentarios de Sancho. Según dicen sobre la boda de Camacho quiere éste que sea la boda más recordada en años.

Finalmente aparece el cortejo en el que Camacho y Quiteria se dirigen hacia el cura que habrá de desposarlos. Aclara la narración que la novia, Quiteria, aparece “algo descolorida

En ese momento aparece un personaje nuevo, viste sayal negro y corona de ciprés, todo él es signo de fatalidad y corta la ceremonia ―”Esperaos un poco, gente tan desconsiderada como presuntuosa” ― les dice, todos reconocen a Basilio.

Toda la ceremonia se para y Basilio les hace saber que según la santa ley que rige y profesan “viviendo yo, tú no puedes tomar esposo” ― le dice a Quiteria― y, mientras hinca el bastón que traía en el suelo, habla de cómo Quiteria ha cambiado sus obligaciones por una mejor fortuna y que él, por sus manos, deshará los inconvenientes que puede estorbársela, y tirando de la funda del bastón deja al descubierto un mediano estoque que clavado en la tierra está., ― “¡Vivan el rico Camacho con la ingrata Quiteria….!” ― grita mientras se lanza sobre el arma y queda ensartado en ella y todo bañado en sangre.

Todos se lanzan a socorrerle, Basilio parece a punto de morir y apenas balbucea mientras se retuerce de dolor, consigue hacerse oír y pide como última voluntad que el cura le case con Quiteria, sabiendo que su muerte es inmediata, quiere irse al otro mundo sabiendo que Quiteria es su esposa, todos dudan pero él insiste (tanto que Sancho piensa que “mucho habla este para estar muriéndose”), finalmente el propio Camacho autoriza al cura a casarlos en trance de muerte y él será el esposo de la viuda. Se celebra una boda in articulo mortis, pero una vez finalizada Basilio se levanta prontamente y descubre que la espada se había alojado en un estuche metálico que él había previsto y que la sangre estaba allí preparada, por lo tanto Quiteria y él están legítimamente casados.

Camacho arguye que todo ha sido una farsa y que aquel matrimonio no es válido, pero es Quiteria quien hace ver que ella se siente casada con Basilio y nada le permite volver atrás, con lo cual Cervantes nos hace pensar que Quiteria conocía y estaba de acuerdo con el plan urdido por Basilio.

Finalmente Camacho, a quien Sancho le razona que cuando se es tan rico mujeres no le han de faltar, accede a la boda de Basilio y Quiteria y mantiene todos los fastos para disfrute de ellos y sus invitados.

Ana Felix (2, Cap LXIII).

No podía faltar una historia de piratas y hela aquí.

Nos cuenta el famoso Cide Hamete que el caballero y su escudero iban navegando en una galera invitados por don Antonio Moreno  y el general al mando de la galera fue avisado de la presencia de piratas, la galera se apresta a capturarlos y lo consigue pero en la refriega final, al entregarse los piratas capturados, suenan disparos  y dos soldados fueron muertos.

Capturados los piratas el general con gran enfado pide saber quién es el arráez del bergantín pirata y le señalan a un magnifico joven de no más de veinte años. Naturalmente el general le condena de inmediato a ser ahorcado.

Pero en ese momento llega el virrey y el general le cuenta que dos de sus mejores soldados han muerto en condiciones inadmisibles así que procede ahorcar al culpable y señala el joven arráez del bergantín pirata. El virrey lo encuentra tan hermoso y gallardo que no puede evitar querer saber más de él.

Entonces el arráez descubre que es realmente una mujer cristiana y cuenta su historia:

Es hija de moriscos y cristianos, pero ella es cristiana apostólica, practicante y firme en su fe, fue llevada por dos tios suyos a la Berbería, allí conoció a un joven y hermoso mancebo, don Gaspar Gregorio, mayorazgo de un caballero importante, que para estar junto a ella se disfrazó también de morisco.

Habéis de saber ― les dice ― que mi padre el intuir lo que iba a ocurrir rápidamente puso a buen recaudo, perlas, gemas y doblones de oro en un número importante, de forma que yo solo sabia donde se encontraban

El rey de la Berbería tuvo noticias de mi belleza y también de la de unos de los mancebos que me acompañaba, supe que se refería a mi amigo Gaspar, y se me ocurrió decir que era mujer como yo”.

Sigue contando su historia de cómo convenció al rey de la Bereberia de que ella conocía un tesoro como jamás se había visto, pero que solo ella podía encontrarlo.

En la historia cuenta que el rey accede a que ella vaya a buscar el tesoro de la familia y le encarga dirigir el bergantín, para lo cual deberá disfrazarse de hombre, pero poniéndole a dos soldado turcos para vigilarla.

Ella aclara al virrey que fueron los dos turcos los que dispararon matando a los soldados y en esa charla estaba cuando un anciano, que venía en el séquito del virrey se echa llorando a sus pies, era su padre que llevaba años buscándola.

¡Oh Ana Felix, desdichada hija mía! Soy tu padre Ricote, que volvía a buscarte por no poder vivir sin ti!

Sancho que le oye le reconoce y da fe de él. El padre ofrece dineros para que vayan a rescatar al desdichado Gaspar y la historia termina suponiendo que lo hacen, padre e hija se vuelven con el virrey y todos felices.

Seguimos con las mujeres del Quijote.

Otras Mujeres dentro de las mujeres del Quijote.

Hay muchas más, esta es una obra inmensa y buscando y buscando se hallarán, pero quiero terminar con las más o menos ilustradas. Querría incluir dentro de las mujeres del Quijote a la Duquesa, personaje que comparte protagonismo con su marido el Duque, pero sin apenas algún rasgo significativo, salvo que era más adicta a las historias de Sancho que a las propias de su señor, Sancho le hacía más gracia.

Por primera vez no conocemos la edad de nuestra protagonista, se supone que es bella y distinguida, ¡faltaría más! pero solo eso.

Toda la aventura de los Duques es pura farsa, solo buscan divertirse a costa de tan estrafalarios personajes, hay un cierto punto de crueldad en sus actitudes y aunque parecen comprenderles e incluso halagarles solo es una pura pantomima, saben quiénes son y su única finalidad es la diversión a costa de sus inocentes invitados.

Si tenemos en cuenta que esta aventura se sitúa en la segunda parte y esta se editó diez años después de la primera es perfectamente comprensible que los Duques conocieran la existencia de Don Quijote y Sancho, aunque evidentemente esto es una pirueta retorica, por la cual la primera parte se convierte en la historia de unos personajes reales.

La Duquesa parece más asequible, le gusta hablar con Sancho y se asombra de las peregrinas argumentaciones de nuestro personaje, no exentas de sabidurías elemental, la relación personal con Sancho la lleva incluso a relacionarse con su mujer Teresa Panza y entre ellas se cruzan unas cartas.

Como detalle final en la obra solo se cuenta la despedida personal de la Duquesa y Sancho.

En la historia de Don Quijote y los Duques se entremezclan las figuras de Altisidora y de la dueña Doña Rodríguez.

Altisidora es una doncella de la Duquesa, ficticia enamorada de nuestro Caballero de la Triste Figura que le prueba para saber que tan firme es su amor por Dulcinea, el flaquea convencido de su caballeroso encanto personal y por el que irremediablemente las damas deben enamorarse de él, pero consigue mantenerse firme en sus amores. Es ella quien acusa a nuestros personajes de haberla robado unas prendas, tres tocadores y unas ligas, prendas que dan a suponer una cierta relación íntima, Sancho reconoce tener los tocadores pero no las ligas, al final Altisidora reconoce que las ligas las tiene ellas, es más las lleva puestas.

Altisidora tiene un episodio final en él aparece aparentemente muerta por un encantamiento y se pide a Sancho que sufra unos singulares castigos que los magos que la han encantado piden para que recobre  la vida, Don Quijote convence a Sancho y este es vapuleado y pellizcado: Altisidora vuelve a la vida.

La dueña doña Rodríguez, en una escena sumamente cómica en la cual se introduce en el dormitorio de nuestro personaje, él esperaba a Altisidora, y éste, arrebujado en las sabanas, escucha las penas de la dueña, ésta le cuenta una triste historia de una infancia infeliz, un marido fallecido y una hija a la que quiere proteger.

La historia es asaz vulgar: un rico labrador de la zona había prometido casamiento a su hija pero una vez deshonrada no quiso saber nada de ella. La dueña había recurrido al duque pero parecía que éste era gran amigo del acusado y no hizo nada  por remediar el entuerto.

Naturalmente nuestro caballero se ofreció a restablecer la honra de la hija de doña Rodríguez.

En esta ocasión se está mezclando una verdad con una ficción, pues asumimos que lo que la dueña está contando a Don Quijote es cierto, incluso ella lo justifica en la poca satisfacción que ha tenido por parte del Duque y se encomienda a nuestro caballero ante el temor de que vaya a partir y se encuentre con no tener a nadie a quien recurrir, sorprendentemente la dueña cree al caballero y confía en él.

Fue nuestro hidalgo caballero a hablar con el Duque con intención de comunicarle su intención de desafiar al labrador culpable de la deshonra de la hija de doña Rodríguez. El duque acepta en reto en nombre propio del ofensor y se compromete a traerlo de Flandes donde estaba, posiblemente huyendo de la furia de doña Rodríguez.

Pero el Duque vuelve a engañar a nuestro caballero y pretende embromarlo encargando a un lacayo, llamado Tósilos, que haga como que él es el labrador ofensor y se enfrente a el, le advierten que sea cuidadoso y que no lo mate y que tampoco se deje matar, así que al menor peligro se tire al suelo y se dé el duelo por terminado.

El día del duelo llega y aparece Tósilos vestido de caballero, cubierto el rostro por una celada y montado en magnifico caballo, se acerca a la tribuna donde están doña Rodríguez y su hija y se acuerdan, ante ellas, las condiciones de duelo, si el caballero es derrotado se casara con la hija de la dueña y si es vencedor quedara libre de compromiso alguno.

Pero ocurre lo imprevisto Tósilos, al ver a la muchacha, se enamora instantáneamente de ella y se queda como embobado, tanto que nuestro héroe arranca el galope y su oponente permanece quieto, grita éste entonces que se da por vencido y acepta casarse con la hija deshonrada, se da el duelo por finalizado.

Cuando Tósilos se quita la celada, doña Rodríguez descubre que el tal caballero es un lacayo del Duque y exclama que todo ha sido una burla, pues es muy común que cambien a las personas para confundir a la gente. Finalmente todo se compone y es la propia muchacha la que acepta a Tósilos como esposo: “Más vale ser mujer legitima de un lacayo que no amiga y burlada de un caballero

Todo termina bien menos el público que esperaba un encuentro sangriento que no ocurrió.

Ama y Sobrina.

Personajes importantes dentro de las mujeres del Quijote.

En el primer capítulo se hace una descripción del entorno de nuestro personaje, ya hemos hablado de la parte física, su pequeña hacienda, su rocín y su perro, pero también se cuenta las personas que le rodean así sabemos que tiene un mozo que realiza las tareas propias de la labranza en sus tierras de labor, y que viven con él una ama y una sobrina, que intuimos son su única familia.

Según nos cuenta el ama “pasa de los cuarenta” y la sobrina “que no llegaba a los veinte” y de ésta solo sabremos su nombre al final de la obra cuando Alonso Quijano la nombra en su testamento, allí sabremos que se llama Antonia Quijano y la define como hija de su hermana, por lo que al llevar el mismo apellido que su madre podemos aventurar que es una hija ilegitima acogida por su tío tras su abandono o muerte de su madre.

Ambas son el prototipo de la mujer rural de aquellos tiempos, simples, supersticiosas, dadas al rumor, limitadas en cuanto a cultura y ambas muy celosas del cuidado de su tío y señor.

El autor no siente ningún interés por ellas, las nombra como meros objetos que habría en la casa, no da nombres ni descripciones, salvo las edades los cual ya es por sí identificativo de la importancia que para él tienen esas personas,  para él son seres que forman parte del escenario y nos transmite la idea de que no debemos centrar nuestra atención en ellas, son irrelevantes.

Jamás aparecen fuera del entorno doméstico, siempre están en casa ocupadas en las tareas propias de su sexo y condición, pero eso no les impide centralizar ciertas opiniones, apuntar determinadas tendencias y ofrecer alternativas sobre situaciones conflictivas, y todas son de obligado cumplimiento.

Son ellas las que culpan a los libros que nuestro personaje leía de los males que le han ocurrido y no dudan en incitar al bachiller, al cura y al barbero a entrar en la biblioteca.

Así lo hacen y cuando entran y ven tantos libros la supersticiosa ama sale corriendo y vuelve con una escudilla de agua bendita y un hisopo rogando al licenciado que los rocíe para evitar que aquellos libros los encanten ( cap VI)

El licenciado se rie de la inocencia de la inculta ama y le pide al barbero que se los vaya dando para saber que son, pero aquí interviene enérgicamente la sobrina diciendo: “No, no hay que perdonar a ninguno ― y añade ― mejor será arrojarlos por la ventana al patio y hacer con ellos una hoguera”, pero el barbero y sobre todo el cura ponen un poco de orden y van clasificando los libros descubriendo aquellos de valor, que se salvan de la quema, y los que no lo tienen que van a la hoguera.

La sobrina y el ama son la pareja antagónica de nuestro personaje y Sancho Panza y defensoras, a su manera, de su amo y tío, así primero hemos visto que culpan de sus desafueros a los libros, pero en libro 2 capítulo II cuando nuestro caballero va a acometer su tercera salida se produce una importante bronca cuando Sancho acude a visitar a don Quijote, ellas no le dejan pasar culpándole de todos los males de su señor y tío, se mofan de él y de su gobernación de la ínsula que su señor le ha prometido y le exigen de se deje de tonterías y se vuelva a su casa “que es donde debe estar”. Finalmente se pone fin a la pelea y recibe a Sancho.

Ya al final de la obra cuando vuelve a su casa y, en virtud de la promesa hecha al Caballero de la Blanca Luna, debe de dejar de salir al campo durante un año, decide que todos ellos trabajen como pastores, él se apodaría el pastor Quijotiz. El ama, que por aquel entonces reconoce tener “sobre cincuenta años”, se entera de sus proyectos y rechaza la idea haciéndole ver que ser pastor “es oficio de hombre robustos, curtidos y criados para tal ministerio desde las fajas y mantillas. Aun, mal por mal ― añade ―, mejor es caballero andante que pastor” (2,LXXIII) sorprendente razonamiento viniendo de quien viene.

Finalmente en el testamento su sobrina hereda la hacienda “a puertas cerrada” es decir todo lo que hay dentro de la casa y, en cuanto al ama, ordena pagarle los sueldos que se le debe y le da un legado adicional de veinte ducados para un vestido.

Hay un detalle que no quiero pasar por alto y es la duración de la aventura, y es el ama quien nos da los datos, si al principio Cervantes la define como una mujer que “pasaba de los cuarenta” y al final ella misma se identifica como que su edad es “sobre cincuenta años” podemos intuir que el periodo de caballero andante de Alonso Quijano fue de al menos entre seis y ocho años, lo cual me parece excesivo, quizás es demasiado tiempo… pero.

Alonso Quijano advierte que si su sobrina quisiera casarse “se case con un hombre de quien primero se haya hecho información de que no sabe que son los libros de caballería y en caso que se averigüe que lo sabe, y, con todo eso, mi sobrina quisiese casarse con él, y se casare, pierda todo lo que le he mandado” (2, LXXIV), es una precaución tan inocente como injusta e incluso ridícula, pero apunta a que este duro Alonso Quijano es consciente de lo que le ha ocurrido y aparentemente sabemos que con él se acaba el apellido.

Aun hay un último detalle quizás algo zafio, pues se cuenta que nuestro protagonista estaba muy enfermo y se desmayaba con mucha frecuencia, estando la casa muy alborotada con su cuidado, pero con todo “comía la sobrina, brindaba el ama y se regocijaba Sancho Panza; que eso de heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena” (2,LXXIV)

Parodiando la cultura refranística de Sancho se puede decir aquello de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”

Teresa Panza.

Es Teresa Panza una figura muy bien tratada y perfectamente incluida entre las mujeres del Quijote, es una mujer humilde, probablemente analfabeta pero de una cultura intuitiva asombrosa, está llena de sabia cultura popular y aunque no comprende la adhesión de su marido a aquel loco vecino, tampoco tiene argumentos para disuadirle, toda vez que él la convence de que de la mano de su estrafalario vecino llegará a ser gobernador de una ínsula y ella le cree o aparenta creerle.

En la primera parte sus escasas apariciones son puramente accidentales, se la nombra como la esposa de Sancho, pero en la segunda súbitamente adquiere un protagonismo inusual.

Son muy interesantes, en la comprensión del personaje las cartas que cruza con la duquesa.

La duquesa le escribe una carta con la falsa familiaridad de la aristocracia hacia sus inferiores: Amiga Teresa, comienza pero nuestro personaje se lo toma al pie de la letra y lo encuentra como lo requerido entre la duquesa y ella que es la esposa del gobernador, se reconoce la cruel broma cuando la duquesa le pide a Teresa Panza que le envié unas dos docenas de bellotas, ejemplo de lo que ella cree que se le puede pedir a semejante personaje, no queremos pensar que la esta asimilando a un alcornoque, la carta termina con un: Su amiga que bien la quiere, La Duquesa. Queda claro que ella es La Duquesa y que no admite otro tratamiento.

Naturalmente Teresa Panza contesta a la carta de la Duquesa y hay párrafos increíbles en la carta, en la que Teresa le habla a la duquesa de su deseo de ir a la corte donde su marido es gobernador y “ a tenderme en un coche” y la carta continúa:

y, así, suplico a vuesa excelencia mande a mi marido me envíe algún dinerillo, y que sea algo qué, porque en la corte son los gastos grandes: que el pan vale a real, y la carne, la libra a treinta maravedís, que es un juicio; y si quisiere que no vaya, que me lo avise con tiempo, porque me están bullendo los pies por ponerme en camino, que me dicen mis amigas y mis vecinas que si yo y mi hija andamos orondas y pomposas en la corte, vendrá a ser conocido mi marido por mí más que yo por él, siendo forzoso que pregunten muchos: «¿Quién son estas señoras deste coche?», y un criado mío responder: «La mujer y la hija de Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria», y desta manera será conocido Sancho, y yo seré estimada…».

Teresa Panza quiere honrar a la duquesa y le envía medio celemín de bellotas, cogidas y escogidas por ella misma, pues ese año ha sido malo y escasean las buenas.

En la despedida le dice a la duquesa “Sancha mi hija y mi hijo besan a vuestra merced las manos” primera noticia de que Sancho tenía también un hijo.

Junto con esta carta va otra dirigida a su marido Sancho Panza y la duquesa, otro rasgo de su superior carácter, no puede resistirse a abrirla, le pide permiso a Don Quijote y este, para quitarle compromiso a la duquesa, la abre él mismo.

En ella Teresa Panza le cuenta como ha presumido ante la gente del pueblo de tener un marido Gobernador y cómo lo dudan sus amigos el cura, el barbero y el bachiller, pero ella tiene allí delante el collar que le ha enviado la duquesa, el vestido que le ha enviado él y las cartas que ha recibido. En un tono más personal, le cuenta los cotilleos y murmuraciones del pueblo y también sus deseos de ir a la corte donde él es gobernador y pasearse en coche, para ella eso el colmo de la felicidad y la riqueza.

Por cierto que le cuenta que Sanchica al leer la carta se le fueron las aguas sin sentirlo de puro contento”

Cervantes trata a estos personajes como arquetipos de la mujer rural y Teresa Panza lo es, posiblemente inculta pero con un gran sentido común, aparece como una buena y sensata madre, aconsejando tanto a su marido como a su hija sobre los principales modos y motivos que, según ella, deben saber y practicar y Sanchica es una muchachita obediente y de una rústica inocencia.

Pero toda la humildad y sentido común se le va al garete cuando se ve esposa del gobernador, ya solo piensa ir a la insula de su marido, tener coche y lacayos y pasear entre la gente que le salude a su paso, mientras ella y su hija vestidas con ricas ropas saludan condescendientes.

Dulcinea.

Bien, he dejado para la última a quien realmente parecería que  le corresponde ser la primera de las mujeres del Quijote.

Recordemos lo que ya dijimos cuando comentaba la figura de nuestro caballero: “varón de mediana edad, cristiano viejo, austero y diríase que ocioso”, este varón aburrido distraía su ocio en la lectura, parecía tener una buena biblioteca y en ella muchos libros de aventuras, que eran los que más le distraían, y, sin nada mejor en lo que pensar ni preocupaciones que enturbiaran su espíritu, su mente se fue poblando de las historias, más o menos fantásticas, que iba leyendo.

La mayor parte de los libros de aventuras de aquella época se correspondían con aventuras caballerescas y a nuestro personaje, según cuenta su autor, se le fue llenando la cabeza de ideas épicas, de ilusiones nunca satisfechas, de acciones jamás emprendidas, de sentimientos nunca sentidos y menos practicados.

Don Quijote, aún Don Alonso Quijano, tenia buenos amigos y con ellos, aparentemente también versados en la literatura caballeresca, hablaba sobre el tema caballeresco, ya en los primeros compases del capítulo I nos cuenta cómo discutía con el cura y barbero, pues el cura, hombre culto graduado en Sigüenza, afirmaba que era difícil saber si el mejor caballero fue Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula, pero maese barbero defendía que ninguno como el Caballero del Febo y que si alguno podía igualarle era sin duda Don Galaor, hermano de Amadis “que no era caballero melindroso o tan llorón como su hermano y, que en lo de valentía no le iba a la zaga”, tal vez nuestro caballero era el más vehemente en las arduas discusiones que sobre tan sesudos temas se plantearon. Seguro que los demás no lo sospechaban, pero todo la que se hablaba, se discutía o se concertaba iba guardándose en su reseco cerebro.

Y cuando finalmente las ilusiones sobrepasaron las realidades Don Alonso Quijano, “el bueno” se soñó convertido en lo que añoraba ser: un hidalgo caballero andante a la guisa de aquellos que aparecían en los tales libros que tanto gustaba de leer y, tomando finalmente la ficción literaria por realidad cierta, se transmutó en un aguerrido desfacedor de entuertos.

Convencido de su destino, cuenta la historia que, tras arduos días, muchos días, pone finalmente fin a su transmutación con dos importantes temas, el nombre de su caballo y el suyo propio, acordando llamar Rocinante el jamelgo que poseía y adoptar él el nombre de Don Quijote, por lo que algunos piensan que quizás su apellido fuera Quijano, y recordando que Amadis se llamó de Gaula o Palmerín de Ingalaterra, él decidió ser conocido por su origen: La Mancha.

Faltaba otro tema de importancia vital, escoger a la dama que sería su motivación, luz y faro de su afanoso proceder. Parece que conocía a una muchacha de buen ver, vecina suya, de la que probablemente estuviera enamoriscado en algún tiempo pasado, sin que jamás lo demostrara ni ella supiera noticia alguna. Se llamaba la joven Aldonza Lorenzo, nombre eminentemente rural y que denota claramente la condición de la aludida; siguiendo el razonamiento que le llevó a su nombre nuestro caballero decide llamarla Dulcinea del Toboso, le pareció que los nombres terminados en “ea” como Galatea, Melibea, Claristea y otros, son nombre de altas damas que proclaman la dulzura de su carácter.

Y ya están listos todos los ingredientes de la historia.

La historia del caballero comienza como todos ya conocemos; se lanza al camino y, a todos aquellos que encuentra nuestro héroe, les habla de su dama, incluso a los galeotes que libra de cadenas les manda a presentarse ante su dama Dulcinea y elogiar el hecho que su caballero ha realizado.

Afortunadamente nadie le hace caso.

Hay miles de alusiones a lo largo de toda la obra, pero todas son parecidas, ensalzar a la sin par Dulcinea, su señora, contando a todos con los que tropieza las bondades de su dama, su hermosura y donaire y lo feliz que se siente él de pertenecer a tan alta y sin par señora.

Pero cuando menos lo esperamos surge un planteamiento nuevo, tan irreal, por lo real, que rompe en mil pedazos nuestro concepto sobre las relaciones entre nuestro caballero y su idolatrada Dulcinea.

Estando el en Sierra Moreno (1, Cap XXV) decide enviar una misiva a su amada, pues encuentra unas cartas de amor (las cartas de Cardenio) y repara que él debería hacer lo propio, le dice a Sancho que debe llevarla y, al decirle a quien debe entregarla, le confiesa que la sin par Dulcinea no es otra que Aldonza Lorenzo, Sancho se burla de él, por cierto, si el padre es Lorenzo Corchuelo, la moza debería llamarse Aldonza Corchuelo, algo poco claro… Superemos el inciso y sigamos con Sancho que la describe perfectamente:

Bien la conozco, y se decir que tira tan bien una barra como el más forzudo chaval de todo el pueblo. ¡Vive Dios, que es moza de chapa, hecha y derecha, y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviese por señora! ¡Oh hideputa, que rejo que tiene y que voz! Sé decir que se puso un día encima del campanario de la aldea a llamar a unos zagales suyos que andaban en un barbecho de su padre, y aunque estaban de allí a media legua, así la oyeron como si estuvieran a pie de torre. Y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana: con todos se burla y de todo hace mueca y donaire

¿Quizás la última frase alude a que la tal Aldonza estaba considerada como un poco “ligera de cascos”? Parece que hay un refrán castellano que dice algo así como “A falta de moza, buena es Aldonza

Le comenta Sancho que por qué se obstina en enviar a todos los que conoce y vence a postrarse a los pies de Dulcinea, si cuando lleguen la pueden pillar ocupada cardando lana, rastrillando lino o trillando en la era, lo cual sería una situación ridícula para ellos pues ella se mofaría o enfadaría por el presente.

La respuesta de Don Quijote es tan insospechada como tremendamente esclarecedora:

Así que, Sancho, para lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso tanto vale como la más alta princesa de la tierra.”

“¿Piensas tu que las Amariles, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas, la Alidas y otras tales de que los libros, los romances, las tiendas de barberos, los teatros de las comedias, están llenos, fueron verdaderas damas de carne y hueso y de aquellos que las celebran o las celebraron? No, por cierto, sino que las más se las fingen, por dar sujeto a sus versos, y porque los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo”

“Y así, bástame a mí pensar y creer que la buena Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; y en lo del linaje importa poco, que no han de hacer la información del para darle algún hábito

Y píntola mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad

Queda claro que tenía una idea muy específicamente diáfana sobre Aldonza Lorenzo y su trasmutada Dulcinea del Toboso.

Es evidente que no es el razonamiento de un loco que desvaría, es de alguien bien cuerdo y en este mundo, que sabe qué está hablando, de quién está hablando y por qué lo está hablando.

Sin embargo la carta que escribe, la que entrega a Sancho para que la lleve a las manos de su dama, es una carta que refleja un amor total, aunque es un amor que se supone no correspondido, dice así en su carta:

 Soberana y alta señora:

El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo. Tuyo hasta la muerte,

Y él se titula El Caballero de la Triste Figura.

Refleja el sentimiento que de Dulcinea tiene, aparte de la imagen desprovista de magias e ilusiones, la de Aldonza, pero ¿cuál es la imagen que él defiende, la imagen adorada de su señora? Esa es muy otra, lo que nunca sabremos es a cuál de ellas se ajustaba su sentimiento.

En el episodio de la pastora Marcela (1, Cap XIII) Don Quijote va hablando con Vivaldo y éste insiste en querer saber cómo es Dulcinea, la dama del caballero que le acompaña. El le responde:

Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; solo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser princesa, pues es reina y señora mía, su hermosura sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son de oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura de nieve y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que solo la discreta consideración puede encarecerlas y no compararlas

Pero sus interlocutores no se dan por satisfechos, todo eso está muy bien pero “El linaje, prosapia y alcurnia queríamos saber” le dicen.

Don Quijote no se amilana, como algo mil veces contestado, enumera los principales linajes conocidos aclarando que no pertenece a ninguno de ellos:

“… pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros siglos

Y termina retando a quien niegue o ponga en duda lo que acaba de decir.

Podemos decir que él, en privado reconoce y conoce a Aldonza Lorenzo e incluso sabe que ella está asumiendo el papel de Dulcinea, como una mera necesidad caballeresca de su nuevo personaje, pero en público todo cambia, enfundado en su personalidad del Caballero de la Triste Figura, Dulcinea es una diosa inalcanzable a humanos y solo podrán adorarla si él se lo permite.

Tras esta conclusión todo continua por esa senda, Don Quijote no pierde ocasión de ensalzar la belleza y donosura de la sin par Dulcinea, la dama de sus sueños, su señora.

Toda la parte primera es un canto a su dama, pero conociendo lo que ha confesado, no podemos olvidar que él sabe quién es Dulcinea y el uso que está haciendo de ella, solo es una forma de cumplir con un trámite caballeresco y, al mismo tiempo, una forma de exigir una prueba de acatamiento a su voluntad por parte de sus contrincantes vencidos.

En la segunda parte se mantiene la presencia de Dulcinea pero en un plano más material, ya en el capitulo X ,  yendo los protagonistas al mismo pueblo del Toboso a buscarla, entran de noche en el pueblo y a tientas buscan el “palacio” en el que debe vivir tal alta señora, divisan un gran edificio y hacia él se dirigen, pero cuando llegan descubren que es la iglesia del pueblo: “Con la iglesia hemos dado, Sancho”, aclaración puramente identificativa que se ha convertido en una expresión peyorativa muy alejada del ánimo de Cervantes, pero continuemos: nuestros personajes salen del pueblo y pasan la noche en el campo, al amanecer Sancho va al pueblo y busqua, ahora con luz, el palacio de Dulcinea y le comunique que él quiere visitarla y le consiga permiso para llegar hasta ella. Sancho se va a cumplir el encargo sabiendo que nada de lo que su señor le pide es real, así que viendo que por el camino vienen tres aldeanas montadas en unos pollinos, vuelve a donde está su señor a advertirle que la propia Dulcinea y dos damas de compañía vienen a visitarle a él.

Don Quijote queda tan asombrado que a duras penas cree a Sancho pero éste le describa  las damas que él ve que van a su encuentro “… venga y verá venir a la princesa, nuestra ama, vestida y adornada; en fin, como quien ella es. Sus doncellas y ella todas son una ascua de oro, todas mazorcas de perlas, todas son diamantes, todas rubíes, todas telas de brocado de más de diez altos; los cabellos sueltos por las espaldas, que son otros tantos rayos de sol que andan jugando con el viento… ”

Nuestro caballero sale a su encuentro pero “Yo no veo Sancho, sino a tres labradoras sobre tres borricos”, no obstante cree a Sancho y echa la culpa a los encantadores de no poder ver a su dama al natural.

Hablan con las labradoras que están asombradas del cuadro que caballero y escudero ofrecen de rodillas en el camino dirigiéndose a ellas de forma tan inusual, la que imagina que es Dulcinea por fin consigue que nuestro caballero se aparte y para hacer correr al borrico le pincha con la vara que llevaba, pero lo hace con tal fuerza que el animal da un respingo y la moza cae sobre el camino, gentilmente va a ayudarla y consigue levantarla pero ella da una carrera y saltando sobre la grupa del burro cae sentada sobre el lomo y se aleja corriendo.

El encantamiento es tan real que, cuando ayudó a la dama caída a levantarse, en lugar de percibir el suave aroma que le era propio solo olió “un olor a ajos crudos, que me encalabrinó y atosigo el alma

Esta aventura la da pie a que, cuando está en la cueva de Montesinos paseando por “amenísimos prados” viese de pronto bailar a tres aldeanas y al punto se dio cuenta de que una de ellas era su señora Dulcinea del Toboso, pues la reconoció recordando que era una de aquellas tres aldeanas que se encontraron a la entrada del Toboso. Le preguntó a Montesinos si sabía quién era y éste le respondió que debían ser señoras principales pues por aquellos parajes había muchas y todas lo eran.

Poco más adelante se le presenta una de las aldeanas que acompañaban a Dulcinea y sollozando le pide reis reales que su ama necesita  y que “ella da su palabra de volverselos a la mayor brevedad”, queda nuestro caballero sorprendido y le pregunta a Montesinos si es posible que incluso los más principales encantados pasen necesidades, a lo que Montesinos le responde con algo así como que necesidades padecemos todos, Don Quijote solo puede darle cuatro reales que es todo su capital y porque se los prestó Sancho unos días antes para dar limosnas a los pobres.

La historia continua y un día conocen, en un lance de caza, a una rica dama que es la Duquesa, ésta les presenta a su marido el Duque y nuevas aventaras comienzan.

Más adelante, ya en el palacio de los duques, la duquesa le pregunta a Don Quijote por Dulcinea y este se la describe aclarando que así es como la lleva en el corazón, pues los malvados encantadores nunca la han permitido verla sino en forma de aldeana.

La broma está servida, los duques montan una burla para reírse de nuestros personajes y montan un desfile de carrozas con los principales encantadores, que culmina con una mayor en la que va Merlín y una figura embozada, que parece ser una hermosa ninfa. Merlín pide que para desencantar a la señora Dulcinea, el fiel Sancho ha de recibir tres mil azotes, Sancho se niega, Don Quijote se enfada y le dice que no tres mil, seis mil le daría si con ello consiguiera desencantar a su dama, finalmente la figura velada de la ninfa, se desvela parcialmente y con desenfado varonil y con una voz no muy adamada, le reprocha a Sancho su cobardía y el poco interés que muestra en su desencantamiento.

El duque le recuerda a Sancho que está en juego su puesto de gobernador, pues “¡Bueno sería que yo enviase a mis insulanos un gobernador cruel, de entrañas pedernalinas, que no se doblega a las lágrimas de afligidas doncellas, ni a los ruegos de discretos, imperiosos y antiguos encantadores y sabios!”

Esta amenaza hace mella en Sancho que finalmente acepta azotarse, pero lo hará él y de tanda en tanda y no necesariamente tiene que haber sangre, Sancho trampea en la administración de sus azotes, el primer día le dice a la duquesa que ha dado seis, pero con la mano, y evidentemente doña Dulcinea sigue encantada

Dulcinea es un ser anodino e inmaterial pero imprescindible a pesar de su vacuidad, es meramente una referencia al uso de las novelas de caballería, pero sin necesidad de carnalidad alguna, una mera apoyatura postural del énfasis caballeresco, sin alma ni conciencia.

Para cubrir esta necesidad a Alonso Quijano se le ha venido a la mente la imagen de la tal Aldonza, muchacha alegre, despierta y descarada con la que posiblemente soñó, dormido o no, sueños desvergonzados en algún tiempo de su pasada vida y, sin más, en ella focalizó su ideal caballeresco, embelleciéndola con las características que tan propias le eran a similares damas.

Pero Dulcinea jamás tiene la menor acción a todo lo largo del Quijote, a pesar de estar siempre presente jamás la veremos actuar, jamás la oiremos hablar. Es una presencia onírica, es la ilusión del caballero andante, la idealización de un sueño necesario, no más que una ilusión… una quimera.

¿Sabía Aldonza Lorenzo, lo que se estaba tramando a sus espaldas, conocía la existencia de aquel extraño caballero que suspiraba por ella, idealizaba su imagen a niveles que ella, si lo hubiera sabido, habría estallado en carcajadas, y la llamaba “su señora”?

Probablemente no, seguramente no… todos los intentos que se inician terminan en falso. Aquella importante misiva que nuestro héroe le envía desde Sierra Morena, nunca llega a su destino, Sancho olvida el librillo en el que había apuntado su señor lo que debía de escribir y allí termina la historia, ¿se lo quedó Don Quijote arteramente?, probablemente pero (Cervantes) lo hace con una intención bien calculada, así se mantiene la ilusión, no se rompe la ficción.

En el capitulo XXXI se hace una simulación de que la entrega se realizó y Sancho le cuenta a su amo cómo halló a Dulcinea (Aldonza) trillando y que él, al entregarle la carta le notó un “olorcillo algo hombruno; y que debía ser de ella que con el mucho ejercicio estaba correosa y algo sudada”, de inmediato  se achaca este efecto a la estupidez de Sancho en no saber distinguir los olores más excelsos o el encantamiento de enemigos suyos. Finalmente Sancho  le aclara que la carta nunca se leyó, pues Aldonza no sabía leer y no quiso que nadie lo hiciese, rompiéndola en mil pedazos

Por eso mantenemos la idea de que nunca, nunca Aldonza (Dulcinea) tiene, debe de tener, vida en esta novela.

Jamás Aldonza pudo imaginar lo que su vetusto vecino, aquel extraño personaje, y buena persona, que vivía en la casona colindante a sus tierras y que la saludaba con gran y afectada prosopopeya,  estaba imaginando sobre ella.

¿Por qué varias veces la llama “mi dulce enemiga”? justamente por eso, él sabe que Aldonza no le seguiría el juego, al contrario, si lo supiera él estaría acabado, ella se reiría, de la más groseras formas, de él y de sus ensoñaciones y todo el onírico mundo ideal que él había imaginado terminaría en ese momento.

Y él también.

Consulta nuestro articulo destaco, biografía de Diego Velazquez.
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